#LaCalleHabla
Blog especial que recoge las reflexiones de nuestros voluntarios del programa Operación Compasión
Lo que vemos, lo que escuchamos, lo que leemos, entre otras tantas cosas, eso somos. Palabras que no elegimos escuchar, o tal vez si, e influenciaron para bien o para mal nuestras decisiones, nuestra historia, nuestra filosofía, creencias, memorias y emociones.
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No es ni mejor ni peor, es diferente. Es un cofre de experiencias, algunas más ocultas que otras, que nos han hecho adoptar manías que nos obligan a construirnos edificios de insensibilidad, de momentos inconclusos, de desconsuelo y desesperanzas. Barreras por orgullo, desamores, malas crianzas y desconfianza. Compasión por aquellos que tapan bien el dolor en el que andan y sobreviven. Otros tantos con caparazones que les cuesta darse cuenta que andan en el mismo barco haciéndole daño a la gente se encuentran y es cuestión de tiempo.
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Bendito aquel que ha aprendido rápido a adoptar la resiliencia, hacer de su problema un testimonio y continuar.
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Nos toca seguir adelante y nos vemos sumergidos en tantas cosas que nos hacen sentir “importantes”. Buscamos títulos que nos acerquen a la felicidad, intentando fuertemente alcanzar sueños que nos permitan apoderarnos de ese instante; de ese segundo de fama para ser escuchados, para ser buenos de ahí en adelante. Todo esto por las tantas veces que nuestro valor fue pisoteado, menospreciado, subestimado y, para muchos, poco interesante. Pero, ¿cómo es que alguien que puede categorizar el dolor aún se piense insignificante? Y es que vale, cada minuto vale, cada sentimiento cuenta, igualmente.
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Y es así. Comenzamos a competir, a vestirnos con ropa elocuente, imitando la moda del que es bien visto por la gente, aunque nos perdamos en el intento. Nos convertimos en quienes no somos, actuamos como personajes dentro de un rol superficial, todo sea por un “me gusta” en la red social que nos ahoga. Cantamos alto y a coro lo que daña la mente y que más da. Nuestro cuerpo deja de ser ejemplo del templo del cual cuidar. Estamos dogmatizados socialmente.
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Entretenidos pensamos que somos gente proactiva, pero en la soledad, en el rincón oscuro donde nadie nos ve, preguntamos aún porqué no es suficiente. La perseverancia nos caracteriza en el resumé y se hace parte de nuestra constante forma de presentarnos. Pero en la ausencia somos tan vulnerables como el que anda sin esperanza, sin saber que hacer; cómo ni cuándo.
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Esperamos el abrazo como ese que andamos dando a cada rato y no nos alcanza. No se trata de un abrazo saca gases, sino aquel que sane el alma. Pues unos nos hicieron pedazos y nos crearon miedos, otros por miedos nos hicieron pedazos. Hemos destrozado en mil pedazos a otros por miedos y es un ciclo vicioso que nos lleva al barranco. Es que simplemente no existe un diccionario de la vida. Lo sé. Se convierte en el estándar de nuestra nueva perspectiva: aquello que ayer fue anormal y hoy se hace moral. Elegimos dejar de escuchar, pero esta vez, la sabiduría. La religión se vuelve estructura y la espiritualidad solo un complemento agregado.
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Y entendimos que todo en la vida es un balance, que no hay cosa más importante que lo que es constante. Que merecemos quien apueste a nuestras capacidades, aunque seamos ignorantes. Es que la madurez no es algo con lo que se nace, se desarrolla. Pero en el camino ¿quién enseña de valores y obediencia?
Para algunos nunca llega. Para otros siempre estuvo quien entendió por qué nuestra manera de ser es tan diferente, por ejemplo, y se quedó. Por un sentido de culpa o por habernos encontrado así, no importa cómo llegó. Entre el “papá”, “mamá”, “abuelo” “amigo”, “hijo”, “pareja”, “pastor”, “consejero” o como se llame quien sea, nos abrazan y disipan nuestros dolores y caídas. Pero quien nos aleja de aferrarnos de quien comprende. Pues se va, también en algún momento se va. Y quien se atreve a juzgar Su voluntad.
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Pero llega, llega la oportunidad de rompernos, de hacernos nuevos y aceptar que valemos. Pero no siempre podemos cuando no tenemos la armadura. No existe detox humano que nos desintoxique de las dudas. Pero quién hace buen arte sin saber de esencia ni pintura. No es que queramos fracasar, no es intencional. Es que no sabemos ni cómo comenzar a aceptar que somos buenos, que merecemos quien nos arrope sin condiciones. No lo aprendimos pues crecimos en carencias y fueron tantas las malas palabras y experiencias que ya no tenemos ni fuerzas para creer en buenas. Del sentimiento de abandono que se siente, ya sea por que papá o mamá no siempre estuvo presente, por ende, desconfiamos de la gente. Sea por sus agendas escondidas o por todas las mentiras. No es que no sabemos cómo amar, al contrario, es que no queremos que más nadie diga que ama si no sabe quedarse.
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Aún no les he dicho el porqué escribo esto. Es que entender qué nos mantiene acá y no allá, es lo importante de esto. Internalizo que todo lo anterior nos lleva a preguntarnos cuál pudiera ser la clave para atacar la base y entender que no es solo quien ya está perdido, sino quien ha de estarlo, y pueda prevenirse. Que en la vulnerabilidad nos hacemos humanos, cuando nos abrazamos, entendemos, unimos y nos damos la mano. Que la envidia es solo un asunto destructivo y el amor más complicado de lo que pensamos. Que es importante comprender que de nada vale salir a servir sin entender que lo que hacemos no es en vano. Pues pudiéramos estar ayudando a mejorar el futuro ambiente de nuestro propio hermano.
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Somos los protagonistas de la serie de la nueva epidemia de soledad, que sin compasión nos envuelve en tinieblas. No muchos son luz para alumbrar tanta oscuridad. Para algunos el alcohol es su refugio, la droga o la pornografía, pero dime cuál es el tuyo antes de juzgar con apatía. Mientras otros tiran la esperanza al suelo, no como quien quisiese desaparecer, sino como quien vive en desconsuelo. ¿Algún parecido a nuestra realidad?
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Intentando resumir las historias que se desahogan en las noches, no se si he hablado más de mi o de ustedes, del que está aparte o deambulante. Así, entre el principio y el final, nos preguntamos cómo aún seguimos aquí y no del otro lado. Somos tan iguales que ahora escribo esto desde un iPhone, mañana quien sabe si lo escriba con la tinta del sucio sudor de mi mano. Ojalá todos seamos parte del Camino. Que la Misericordia y la Gracia nos transforme en cuerpo, alma y mente. Esta vez, para siempre.
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-Edgardo Vázquez