De camino a nuestra guarida de ronderos (la cueva) lamentablemente pasamos por el lado de la carretera donde yacía el cadaver de quien posiblemente fue uno de nuestros hermanos de las calles. Esa ancha avenida se percibía más grande de lo que mide teniendo como huésped a este solitario invisible.
Cuánta soledad. Cuántas angustias terminaron como empezaron, en la soledad, en un camino hacia ningún sitio, en puertas cerradas, en presiones desproporcionales, en la crueldad de los sentidos. No se; allá en ese pavimento sin capacidad de sembrarse, estaba don alguien, que fue nadie para los de su mismo apellido.
Mera especulación de penas añadidas. Pero allí estaba y aunque se lo lleven, allí seguirá estando.